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Onís en la memoria


               Como yo mismo decía en la revista de fiestas de Nuestra Señora de Castru
          de 2018, conserva este santuario mariano oniense de Castru sus libros de fábrica
          (construcción, obras diversas, reparaciones) desde 1607 a 1712 y desde 1793 has-
          ta 1935.Lo mismo que aparece San Pedro de Avín, con sus libros e historia desde
          1646 hasta 1882.
               La capilla de San Roque -en Benia- nos cuenta sus avatares desde el lejano
          1687. Lo hace también Ntra. Sra. de Rozada desde 1654 hasta 1836, al igual que
          el Sto. Cristo de las Injurias aparece en Sirviella desde 1715 hasta 1935; (por cierto
          -señalé- los curas párrocos de la época escribían “Silviella” muchísimas veces en
          sus anotaciones).
               Hablan los viejos libros de fábrica de San Juan de Talavero, ya desde 1653.
          La venerable parroquia de Santa Eulalia dejó constancia de su fábrica desde 1636
          y señala con detalle sus bautizados, confirmados, casados y difuntos desde el
          siglo XVII.
               No se quedan atrás las cofradías de la parroquia, como es el caso de la del
          Santísimo (1680) o la de Ánimas (1684). Lo mismo que la Obra Pía de la escuela
          de Benia quedó memorizada desde el año 1700.
               Hoy -tan lejanos en el tiempo de aquellos inicios- los parroquianos, vecinos,
          amigos y simpatizantes de celebraciones como las de Ntra. Sra. de Castru, mantie-
          nen el espíritu de sus antepasados y adaptan sus festejos a los tiempos que corren,
          pero manteniendo las esencias del pasado.
               Quien escribe estas líneas recuerda con  nostalgia  aquellos  veranos de su
          infancia en la casa de sus abuelos -Francisco y Pura- en Avín.
               Subir a Castru cada 15 de agosto con los padres, hermanos, otros familiares
          y vecinos era algo así como llegar al cénit del verano, un día siempre especial.
               Contaba el gran Jovellanos -y yo recordaba en la citada revista de 2018- que
          los labradores y ganaderos de siglos pasados no tenían más diversiones que las
          romerías, así llamadas porque eran peregrinaciones de romeros que, en determi-
          nadas festividades, se hacían a los santuarios de la comarca, con motivo de la
          celebración del santo o santa titular.
               Se escogía como escenario de los festejos el sitio más llano, frondoso y agra-
          dable de las inmediaciones de la ermita, donde se colocaban en círculo las tien-
          das, los comestibles y los toneles de sidra y vino, así como todo lo restante para
          el regocijo y la fiesta. Desde la víspera de la misma comenzaban a llegar al lugar
          tenderos, vendedores de frutas y licores, así como algunos romeros que montaban
          sus tiendas para pasar la noche y guarecerse del sol al día siguiente o bien de las
          lluvias, frecuentes en Asturias.
               La noche se pasaba en baile y jarana a orillas de una gran hoguera que hacía
          encender el mayordomo de la capilla.
               Resonaban por todas partes el tambor, la gaita y -a veces- el violín o el
          acordeón, entre los cánticos y bullicio general. Al amanecer se ponían en camino
          los que venían a la ermita atraídos por la devoción, la curiosidad o el deseo de
          divertirse.

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