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bemos valorar.
Había estado allí hace muchos años, más de 30, y tenía un recuerdo
vago de su majestuosidad, más allá de esas montañas que rodean
la vega, la Peña del Viento y el Cantu del Oso.
Este año, tras muchos diciendo que tenía que volver a Brañagallones,
ya casi convirtiéndose en un mensaje reiterado y sacado a colación
en todas las reuniones familiares y con amigos, organicé la excur-
sión, el 2020 era el año, ¡y que año! Año que quedará grabado en la
historia como el año en el que la COVID-19 nos ha puesto contra las
cuerdas, que está acabando con la vida de muchísimas personas, y
que nos está haciendo cambiar toda nuestra forma de vida.
Cuando la pandemia nos dio una pequeña tregua en el mes de julio,
decidimos que ese era el momento, que en aquellos días más que
nunca, tras meses confinados en casa, necesitábamos aire puro,
montaña, naturaleza, sensación de libertad.
Así que, con unos amigos, padres e hijos, con no pocas dudas so-
bre si la caminata que nos esperaba sería asumible para los más
pequeños, y si tendríamos suficiente paciencia para llevarlos hasta
el refugio, preparamos nuestras mochilas, y nos congregamos en
Bezanes bien de mañana, el punto de partida.
La Vega de Brañagallones se encuentra situada a 1.215 metros de
altitud, en pleno corazón del parque natural de Redes, uno de los
enclaves que forma parte de ese tercio de nuestro territorio asturia-
no declarado como espacio natural protegido, es por ello que, para
preservar el entorno, no es posible acceder con vehículos particu-
lares, por lo que la subida puede hacerse a través de un servicio de
taxis disponible, o bien a pie.
Nosotros decidimos subir a pie, aunque enviamos todas las mochi-
las en el taxi, lo que facilitó en gran medida los más de 10 km. de
ascensión, y es que, aunque el camino es ancho y cómodo, es una
pista por la que circulan vehículos, los primero kilómetros son muy
empinados y cuando el sol aprieta, sientes cierto arrepentimiento
de no haber ido con las mochilas.
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