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Covadonga, más que un lugar
Adolfo Mariño Gutiérrez
Abad de Covadonga
En Covadonga se dan desde tiempos inmemoriales tres realidades inseparables: natu-
raleza, historia y espiritualidad. En este santo lugar el milagro de una exuberante natu-
raleza, el nacimiento del Reino de Asturias y la vida de fe se dieron siempre la mano. Y
todo gracias a María y a un lugar: la Cueva de la Señora (que es lo significa Covadonga).
En ese espacio inigualable, adornado con rocas milenarias donde la Santina nos mira
con cariñosa sonrisa, los hijos de esta tierra tienen cada año una cita obligada. Los que
custodiamos el Santuario observamos que por encima de creencias, posturas ideológi-
cas y actitudes ante la vida existe una persona, “la que es pequeñina y galana”, que une
y reúne, que acoge y da serenidad, que ayuda a emprender el camino de regreso de
otra manera, con otro estilo. Es como un imán que atrae y que ante su irresistible mirada,
dulce y penetrante, uno se rinde sin más.
En este paraje sin igual se respira de otra manera (y no me refiero sólo al aire puro e
incontaminado). Es mucho más: es un pulmón que funciona a buen ritmo, que purifica la
vida espiritual de nuestra región, que anima todos los retos y proyectos de la Iglesia que
peregrina en Asturias. Ante la Virgen “se aspiran amores divinos”, como dice una estrofa
del himno que con entusiasmo cantamos los asturianos.
El amor a la Santina trasciende también las fronteras de nuestra región. Son más de
un millón los peregrinos que cada año se acercan a visitar a la que es Madre y Reina
de nuestra montaña. Y lo hacen atraídos por esa mujer sencilla y humilde que es capaz
de convertir corazones y entender como nadie lo que somos y vivimos. Son peregrinos
que vienen de toda España, de otros continentes y, por supuesto, de Latinoamérica.
Son asturianos que emigraron hace tiempo en busca de trabajo y que tienen su corazón
puesto en este lugar sagrado y bendito.
Son escenas impresionantes, llenas de emoción, las que se viven en la Santa Cueva.
Ante la imagen que se venera los hijos de ultramar saben que Covadonga es el hogar
materno, hogar al que nunca renunciaron, hogar con el que sueñan cada día porque es
parte de su existencia. Hogar donde la fe crece y donde la despedida con ese “adiós,
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