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Como se observa, la vida en esta aldea no difiere de la de lugares
vecinos o de la geografía astur: actividad agropecuaria de subsis-
tencia, vida sencilla, integración en el medio y, en casos extremos,
emigración a América con desenlaces de desigual fortuna. Y desde
los años 60 hasta hoy asistimos a su despoblamiento, a su cambio
de actividades vitales y ocupacionales, a su necesidad del paisaje
como siempre se entendió, a los enredos en la burocracia institu-
cional, a los obstáculos para encontrar soluciones, a la incompeten-
cia de quien dicta la norma, al desconocimiento de qué ha de ser
una aldea en el futuro. Hoy ya no se amasa el quesu, la ganadería
funciona como un complemento a los subsidios o a otros trabajos,
casi como un laborioso pasatiempo, la güerta sigue produciendo…
pero ya no se observan los códigos ancestrales, las conductas con-
suetudinarias o el peso de los consejos de los paisanos y paisanas
curtidos por la vida. A veces, cierto mestizaje puede ser un gran in-
conveniente.
Junta vecinal en 1960
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