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Vivencias en las brañas de Somiedo

         (losas de piedra) o tapinos, en ellos se encerraban los terneros y había un camastro para
         dormir el brañeiro.

         El invierno era y es largo y la primavera tardía, se decía que las vacas ya se fartaban
         cuando todos los árboles tenían hoja, por eso la hierba se esmesaba, nunca a manta, en
         vertical, puñado aquí y allá, para preparar el “bruchu”, ración, para cada vaca, mayor o
         menor, dependiendo del tamaño y estado de gestación de esta.

         Muchos de los pueblos tenían braña de verano muy lejos: Santiago en Busbarraz, El
         Escobio en Campos de Gobia, Urria en Sousas, Villar de Vildas en Braña Viecha, Saliencia
         en La Mesa, Éndriga en Cilbeo, Arbellales en La Corra.
         La leche, con café o achicoria, era el ingrediente principal del desayuno y el postre
         de comida y cena, por eso había que ordeñar al menos una vaca o quitársela cuando
         mamaban los terneros.

         Aunque algunos vecinos subían a “abrañar” en caballo, la mayoría lo hacíamos caminando
         más de una hora y después de ordeñar la leche para el consumo de casa y de echar los
         terneros a mamar, pernoctábamos en el camastro que había en el mismo corro, al amanecer
         se repetía de nuevo la operación para a continuación emprender camino de regreso al pueblo.
         Acostarnos en el camastro vestidos, en muchas ocasiones mojados, pues solo quitábamos
         el calzado, normalmente nos mudábamos y nos afeitábamos los domingos, andar a la
         hierba segando a guadaña y transportándola sobre la cabeza a cargas de más de 60 kilos
         hasta el pajar de la cuadra, era un trabajo muy duro.
         De la primera vez que dormí en la braña de La Corra, tengo dos recuerdos:

         El primero el comentario de mi padre cuando me acurrucaba junto a él y me tapaba con
         la manta zamorana “mira como suenan los chucarinos (cencerros) de las vacas cuando
         rumian”. El segundo el comentario de otro brañeiro al amanecer “te falta una oreja, te la
         comieron los ratones”, haberlos haylos y algunas veces nos caían en la cara.
         Aunque el cabeza de familia subía algunas veces, por ejemplo, a darles sal a las vacas,
         éramos los jóvenes, hombres y mujeres los que habitualmente íbamos a la braña, la alegría
         y libertad que allí se respiraba no la había en el pueblo.
         También se vivían momentos de tristeza, cuando sufríamos la pérdida de algún animal, lo
         menos malo era encontrarlo despeñado, porque, en la mayoría de ocasiones, al menos se
         podía aprovechar la carne colaborando todos los brañeiros para bajarla hasta el pueblo,
         lo peor cuando lo habían matado los lobos pues ahí la pérdida era total.

         Sentarse delante del corro y contemplar el cielo estrellado, despertar con el canto sinfónico
         de los pajarinos, salir a la puerta y ver la niebla cubrir los valles formando un mar a los
         ojos de un niño, no hay dinero que lo pague. Nuestras vivencias las recordaremos ayer,
         hoy y siempre. Nuestras brañas, nuestro ganado, nuestra montaña permanecerán en el
         recuerdo de todos los somedanos. Hay que seguir trabajando para que las brañas no
         caigan, por abandono, en el olvido.








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