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que se denominan mayadas, en donde se improvisaba un poblado
mediante la construcción cabañas y cuyo uso estaba estrictamen-
te regulado a través de las ordenanzas locales. Esta vida común se
desarrolla hasta que las primeras nieves hacen acto de presencia y
se hace inevitable regresar con los rebaños a los pueblos.
Durante el tiempo que se permanecía en las majadas los campe-
sinos se dedicaban a cuidar el ganado, al ordeño y a la fabricación
de manteca y queso. Mientras duraba la estiva el ganado perma-
necía al cuidado de un vaquero, que habitualmente era un joven de
cada familia sin hacer distinción de género, puesto que todas las
manos debían contribuir a la faena de la hierba. Cuando esta labor
culminaba subían a los puertos otros miembros de la familia y solía
alcanzarse entonces un ambiente de mayor distendimiento.
Al producirse el descenso las reses paraban un tiempo, primero en
las majadas bajas y en las morteras y después en las caserías a
fin de aprovechar el rebrote otoñal, lo que normalmente tenía lugar
durante la última quincena de septiembre y la primera de octubre,
la bajada se solía establecer en torno al San Miguel de septiembre.
Ya en noviembre o diciembre, dependiendo de los factores climáti-
cos, se estabulaba el ganado definitivamente.
El catastro de Ensenada ofrece una idea de lo que ya suponía una
alta densidad ganadera en el siglo XVIII, siendo la media de cabezas
en Caso de 17 mientras, por ejemplo, en Sobrescobio era de 23,5 y en
Aller de 20. Se observa en esta documentación como los bóvidos se
hallaban ya casi a la altura del lanar, que había sido hasta el mo-
mento el ganado mayoritario tradicionalmente.
La cabaña estaría representada por vacas autóctonas, por la as-
turiana de la montaña o casina, cuyo foco parece encontrarse en
Caso, Sobrescobio y Aller. Se trata de animales de “poca marca”, muy
rústicos, de requerimientos mínimos —dada su parquedad en el co-
mer—, precoces y muy adaptadas al medio, lo que venía a compen-
sar su escaso rendimiento en leche, aunque la riqueza en materia
grasa de ésta permitía obtener mantecas y quesos de buena cali-
dad, siendo además abundante en carne. Eran reses, en cualquier
caso, muy aptas para el trabajo de la tierra y para las labores de
arrastre, ya que eran animales dóciles y fuertes.
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