Page 895 - Laviana
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esboza una sonrisa. Ese banco sigue ahí. El otro día me senté a contemplar
el paisaje, el mismo que contemplaba Emilio: la peña de Llorío que algunos
atardeceres el sol tiñe de tonos rojizos. Desde el banco no se ve el río Nalón
y tampoco Peña Mea.
Cuando escribo esta crónica, como si fuese un atlas de personas,
acontecimientos, lugares y fechas, todavía seguimos pendientes de la
pandemia del coronavirus. Inmerso en medio de un escenario extraño,
después de meses de confinamientos, cierres perimetrales, vacunas y,
sobretodo, echando de menos a familiares y amigos que está pandemia
nos ha arrebatado, sin preguntar, sin despedidas.
Una semana después de llegar a Puente d’Arcu nacía Olaya, que
es tataranieta de Esperanza y Tomás, aprendió a caminar por los mismos
caminos que pisaron su bisabuelo Manuel, su abuelo Manolín y su madre
MªPaz.
Para componer este trabajo he contado con distintas aportaciones y
conversaciones: con mi madre Joselina Coto que pasó su infancia y juventud
entre L’Acebal y Llorío. Mª Paz Díaz y Olaya Pato que me acompañan en la
vida. También con Eliana Díaz, Carolina Díaz, Chelito Díaz, Faustino Suárez
“Tierruca”, Miguel Barbón y Moisés Sánchez, han sido fundamentales. Álvaro
Canella me recibió en su casa de Llorío y mantuvimos una agradable
conversación. También las charlas con Aida Fuentes, Paco Corte, José
Mª Álvarez y Alejandro Alas que me ayudaron a conocer a Jacinto Martín
Maestre. Además, Alejandro Alas me proporcionó amplia información, muy
documentada, sobre la minería en Laviana. Igual de importante son las
aportaciones de Adolfo Suárez, que fue minero en Fradera y en Hunosa.
Francisco Trinidad me abrió la puerta del universo poético y vital de Emilio
Díaz. Pipo Fernández García-Jove y Eduardo Fernández Cuesta me hablaron
de las etiquetas de Chocolates Mayín.
Mi agradecimiento más sincero.
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