Page 405 - Somiedo
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La nostalgia llena mis ojos de memoria
ÁRBOLES
Un ciprés, un álamo: dos maneras de estar en el mundo o frente al mundo, dos
idiomas: el idioma del dolor y de la gloria. Quizá se complementan en el árbol de
la vida y del poema. En las afueras de la aldea, a escondidas de la vida, al trasluz
de la mansa loma de la Ermita, como símbolo de un mundo que se pierde, se alza
un pequeño ciprés, como sombra pensativa, a un paso del dolor, ajeno al mito y
la metáfora. Nadie lo mira, tiene aún el tamaño de la primera tumba: nada, nadie
puede crecer en soledad. Para crecer es necesario apoyarse en alguien o en algo
como hace la yedra que se agarra al corazón del árbol para trepar hasta su fronda.
Sea primavera o verano siempre el mismo ropaje oscuro: no conoce los pasos de
la luz. Y no vienen a sus ramas los pájaros del alba. El sol alumbra la colmena de
nichos por abrir: veo a una mujer joven que se acerca a uno de los nichos y depo-
sita una rama de acebo, húmeda, no sé si de lluvia o de tristeza.
Mira el álamo, en la parte baja de los prados de Sulaponte, cómo crece en la
humedad del río. Hojas como alas que el viento mece a orillas de la tarde: empuje
de verticalidad contra el derrumbe. En ti Álamo del río se atreve el amor a tejer las
íntimas tramas de la vida: crecer, amar, soñar, anillo tras anillo, escalas cada día.
Beberá en tu fe mi cuerpo enfermizo y vendrán a mis ojos los pájaros del alba.
Para el que ama ya no hay oscuridad, tan solo epifanías
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