Page 48 - Somiedo
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La hermosa piel y las misteriosas

                                 entrañas de Somiedo



                                 Juan Luis Rodríguez-Vigil Rubio
                                 Fue Presidente del Principado de Asturias. Abogado




            La primera vez que leí un libro sobre Somiedo fue en el año 1980, mucho an-
         tes, por tanto, de que se imaginara siquiera la existencia del primer Parque Natural
         asturiano que tanto ha cambiado la vida del concejo y de los somedanos.

            Por supuesto, eso fue mucho antes también de que en ese Parque, que con el
         paso del tiempo se ha convertido  en símbolo de lo mejor de Asturias en tanto que
         paraíso de una naturaleza más o menos virgen y reserva de la biosfera, se pudiera
         disfrutar con carácter general de la contemplación (a veces excesivamente grega-
         ria para mi gusto) de la fauna renacida y, sobremanera, de todo lo hermoso y único
         que el territorio de  Somiedo ofrece, que es mucho, y que con  especial mimo y
         cuidado han conseguido preservar sus habitantes, pero que en algunos casos se ha
         podido resucitar a través del Parque.
            El libro era El tesoro de los Lagos de Somiedo, de Mario Rosso de Luna, en la
         edición facsímil que publicó aquel año la Editorial Júcar de Silverio Cañada, edi-
         tor que en este tiempo conviene recordar con respeto y con cariño, y más aún en
         una tierra como la nuestra, tan dada al olvido que, en este caso es especialmente
         injusto, como en tantos otros muy sonados.
            El tesoro de los Lagos de Somiedo es obra del más relevante teósofo español,
         espiritista de primera cosecha y discípulo de la, a principios del siglo XX, afamada
         visionaria madame Blavasky.

            La edición de Júcar cuenta con un brillante y enjundioso prólogo de Juan Cue-
         to Alas, quien por entonces estaba ya en fase rupturista de las utopías de tres al
         cuarto que por aquel tiempo se decían transcendentes y, que la verdad sea dicha,
         en muy poco tiempo se quedaron en molientes, al igual que desaparecieron sus
         huestes utópicas, desencantadas por efecto de la escasamente emocionante rutina
         democrática y sus secuelas, a veces poco edificantes.

            En fin, desde la lectura de ese libro, al menos en mi imaginación, siempre
         han existido dos mundos en un Somiedo que por múltiples razonas me es muy
         cercano.





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