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San Salvador de Corniana
supuestamente racial, me he sentido toda la vida simplemente francés. Unido a mi patria
por una tradición familiar ya dilatada. Nutrido de su legado espiritual y de su historia,
incapaz en realidad de concebir otra en la que pudiera respirar a gusto, la he amado
mucho y la he servido con todas mis fuerzas. Jamás he sentido que mi condición de judío
supusiera el más mínimo obstáculo a estos sentimientos. No he tenido ocasión de morir
por Francia en las dos últimas guerras. Al menos puedo, con total sinceridad, rendirme
con el siguiente testimonio: muero como he vivido, como un buen francés” (La parte final
de su Testamento espiritual). La tesis doctoral de García de Cortázar, publicada en 1969
(El dominio del monasterio de San Millán de la Cogolla (siglos X a XIII). Introducción a
la historia rural de Castilla altomedieval), claramente influido por la escuela de Annales,
fue utilizada así mismo por muchos investigadores españoles de aquellos años como
referencia metodológica ineludible.
En la actualidad, mirando desde la perspectiva que nos permite un saludable
distanciamiento de este tipo de estudios históricos de más de medio siglo, nos damos cuenta
enseguida de que la mayoría de aquellos trabajos adolecen de cierto “reduccionismo”. Las
fuentes que utilizan son ciertamente de índole socioeconómica (formación de los diferentes
patrimonios y la explotación de cada uno: compraventas, foros, rentas…); pero los titulares
de dichos dominios monásticas no solo eran miembros de un señorío colectivo que vivía
del trabajo y la explotación del campesinado dependiente. Formaban parte, también, de
una comunidad monástica que tenía su vida reglada por normas religiosas (Regla de San
Benito) y que además de administrar sus dominios, vivían en común y rezaban. Por eso,
las últimas monografías monásticas que van apareciendo, se ocupan ya de la vida propia
de los monjes, de sus abades, de sus priores y del “conventus monachorum”, pretendiendo
realizar, en definitiva, una verdadera historia total.
El medio físico y el paisaje de un monasterio no son estrictamente determinantes en
su evolución histórica, pero una breve introducción geográfica de cada uno de ellos es
un buen punto de partida para comprender mejor sus fuentes escritas. El complejo de
Corniana se construyó, desde el principio, en una fértil vega regada por el Nonaya cercana
a su desembocadura en el Narcea, muy propicia para las comunicaciones de los valles
que acercaban ambos ríos con la costa. Este territorio del Narcea se comunicaba con el
del Pigüeña, donde se levantaría un siglo más tarde Santa María del Lapedo (Belmonte) y
con el curso medio del mismo Narcea, donde comenzará a funcionar un poco más tarde
al gran monasterio benedictino de San Juan de Courias (1044). Por el Este discurría el viejo
y ancestral Camín de Mesa que relacionaba las Asturias centrales con la Meseta y el mar.
El territorio de Pravia, articulado en torno a la villa del mismo nombre, al parecer la vieja
capital de los Pésicos (Passicim) también relacionaba el monasterio con una importante
salida marítima y se convertiría muy pronto, con nuestro cenobio, en una etapa más
de Camino de Santiago. En realidad, Corniana y sus dominios centrales, constituían en
verdadero paso entre las modernas e industrializadas Asturias centrales y los territorios de
los valles de las Asturias meridionales interiores, fundamentalmente rurales. Suele definirse
además esa paisaje como “bipolar”, formado por esos valles fluviales y las montañas que
los circundaban. Por eso, la economía de subsistencia de Salas se basó siempre, incluso
en la actualidad, en la agricultura y en la ganadería. En la Edad Moderna, de las 1400
hectáreas cultivables del concejo de Salas, el 75% estaban dedicadas a la ganadería
extensiva. Como ejemplo de la fertilidad de las vegas, en las que se organizó el patrimonio
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