Page 304 - Virgen del Camino

y abrazar en su significado a los que allí formaran la base educativa integral
de su personalidad futura. Así tal conjunto arquitectónico no esconde sin
duda las piezas que propician, a mi ver, otras tantas fortalezas del Proyecto
humanístico que venimos desgranando. La simetría de los dos Colegios que
Coello destaca es sin duda una solución magnífica para varios objetivos:
equidad, optimización de espacio, facilidades de circulación, ordenación
de actividades, pero, más allá, es un modo de albergar, es decir dotar de
hogar, a dos tramos de edad como son el paulatino abandono de la niñez
y la conciencia de la adolescencia. Seguramente así, el niño que llegaba
con el ligero bagaje de los diez años, descubría, y a la vez asimilaba, cómo
los mayores y los pequeños gozaban de análogas condiciones físicas y a
un tiempo se mantenían las naturales diferencias del progreso educativos
sin interferencias perturbadoras y la autonomía precisa de lo que pronto
se denominaron formalmente Escuelas Mayor y Menor de aquel Colegio
apostólico, cada una con su cuadro directivo, aunque enhebrados por
profesores comunes y compartidos.
No cabe finalmente concluir este apartado sin reseñar otra pieza
arquitectónica del complejo que comentamos sin acudir a educativo la
construcción y valor del conocido teatro, pieza singular y destacada por
su original estructura y objetivo funcional tan ambicioso. En efecto, el teatro
se convirtió en hogar imprescindible de la cultura humanista que seguimos
ensalzando, pues no era el apéndice más o menos recreativo, o el famoso
“Salón de Actos” donde los sociales y artísticos se daban alguna vez la
alternativa a lo largo del curso. Su función resultaba tan esencial para el
proyecto global tanto por el valor protagonista que muchos colegiales y
profesores debían expresar para que el rigor del aprendizaje y la creatividad
de los artistas y directores tuvieran plena cabida y mayor sentido, como el
participativo de toda la comunidad escolar, que otorgaba a esta la equidad
y formación en tantas bellas artes como aquel bendito lugar hizo posibles,
incluida la dramaturgia en todo su sustancia estética y ese arte mayor del
siglo XX, el cine, que allí se convirtió en privilegio envidiable. No puedo dejar
de citar las enjundiosas palabras que en nuestro libro de cabecera les dedica
el sutil escritor que es Vibot y que resumen tan bellamente aquel espléndido
teatro, que al parecer algún problema técnico causó su inevitable derrumbe,
que tanto lamenté al saberlo.
“Un día encontré en una celda llena de polvo del convento de San
Esteban de Salamanca, entre papeles y otros objetos, estas impresionantes
fotos del Colegio y el Santuario en obras. Debía de ser la celda del padre
Coello, cuando controlaba la obra desde aquí. Me quedé estupefacto ante
la belleza del esqueleto del teatro, esa armonía de líneas convergentes-
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divergentes confluyendo en el escenario, pero también proyectando la
escena al infinito. Tantos versos de Lope, de Valdivielso, de Calderón... tantos
cines felices de domingo donde reímos a gritos y mordimos las lágrimas de
amor o compasión. Me sentí traspasado por esas perspectivas de hormigón,
arrebatado al cielo por ese saltamontes gigantesco. Y la grácil belleza de la
recreación sin sus cristales. Confieso que pensé: «Aquí se fraguó todo». santos
vibot, (pág. 293 FOTO 740)
B) La estructura general de la formación: materias, horarios, exigencias,
disciplina, premios y castigos.
Es obligado detenerse ya en el que espero breve, pero necesariamente
más preciso análisis de algunas características que caracterizaban la
articulación educativa que otorgaban algunas cualidades especiales al
proyecto educativo que venimos resaltando. Es preciso comenzar señalando
la analogía con el sistema general educativo vigente en aquellas décadas
(conviene recordar para los más jóvenes o nuevos interesados que los grandes
cambios en la vieja educación de aquella España de la dictadura vendrán
de las innovaciones que en el tardío año de 1970 se explicitaban en la célebre
Ley conocida por el nombre de su ministro del ramo Villar Palasí), que fijaba
en los diez años, tras el primer obstáculo serio del sistema, el famoso examen
de ingreso, el paso a la que hoy englobamos en la educación secundaria.
No es extraño, pues, aunque resulte extraño a nuestra mirada más razonable
y comprensible, que muchos internados de toda España comenzaran
su labor a tan temprana edad, que acentuaba en el caso de los que
además eran semillero de vocaciones sacerdotales una ordenación escolar
caracterizada por inevitables claroscuros, desde alguna de las ventajas
de las socializaciones comunes a personas de tan dispersa procedencia
geográfica y familiar hasta algunas graves inconvenientes, en ocasiones
verdaderos traumas, de forzadas maduraciones personales por disciplinas
discutibles y por personas con imperfecta preparación psico-pedagógica
para las más favorables. Con todo, tres pilares sustanciales armonizarían el
camino de esos seis años en los que iba a consistir el paso de los más por el
Colegio Apostólico de la Virgen del Camino, que se calculan en 5000 almas,
que podrían afectar a unas 4000 familias en los años comentados (nota con
el número) en mi modesto parecer: a) la búsqueda de una calidad educativa
esencial, que hoy llamaríamos con peor connotación “excelencia”, basada
a su vez en los principios de exigencia en cada parcela del conocimiento y
comportamiento, “conducta” se llamaba, y el de emulación, que propiciaba
búsquedas diferenciadas de gustos y rendimientos; b) su acomodación a
una formación religiosa impregnada a su vez de una especie de “sagrada
imitación” de la exaltación de lo “sagrado” en la vida cotidiana (los “santos”
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