Page 337 - Virgen del Camino
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la vendimia, pero allí la luz era el reflejo del oro de mis sueños y las uvas una
 Camino Cañón Loyes  invitación a contarlas y a afinar en los sabores: las blancas, las de injerto, …
 Doctora en Matemáticas y Licenciada en Filosofía. Catedrática   Pero quizás lo que se me metía más dentro era la claridad de las mañanas
 de Lógica Matemática de la Universidad Pontificia de Comillas.  frías en los días cortos del invierno. El blanco intenso y luminoso de la nieve
        tejía, sin hacer ruido, un manto suave que cubría los tejados, los árboles, los
        arbustos y las calles. Era un regalo y, también, un desafío.

 LA VIRGEN DEL CAMINO: EL SANTUARIO Y EL PUEBLO.  Era un regalo para compartirlo con los demás niños. La nieve nos
        proporcionaba  posibilidades  nuevas  de  jugar,  de medir  nuestras fuerzas
 Pinceladas de una memoria feliz  lanzándonos bolas suaves o duras según el efecto que quisiéramos provocar.
        Y, también, era todo un desafío. Salir de casa, caminar por el pueblo o ir a
 La invitación a escribir estas páginas ha sido un regalo porque me ha puesto   la era a jugar estaba lleno de riesgos: resbalones, hielo escondido, caídas
 delante de una etapa muy hermosa de mi vida, mi propia infancia. Es una   no calculadas. Todavía recuerdo cómo me agarraba a mi padre con fuerza
 invitación a volver a casa, volver a escuchar los sonidos y las voces con las   cuando, sentada sobre sus hombros, me llevaba a la casa de alguna de
 que aprendí a hablar, a llorar, a acariciar, a rezar, a vivir. En ese tiempo de   mis tías o de mis amigas para no paralizar mis juegos. Aquellos silencios de
 infancia mi casa no era solo el hogar familiar, también lo era el pueblo, sus   los días de nieve dejaron una huella profunda y suave reconocible en mis
 gentes y sus calles de barro, mis amigos o lo que es lo mismo, todos los niños   modos de relacionarme con los silencios de la vida.
 del pueblo.
        Acudir al Santuario en invierno para participar en alguno de los actos de culto
 Lo que aquí he expresado son pequeñas narraciones de vivencias que   del día se volvía también un reto. Lo acometíamos solo si se habían abierto
 han emergido cuando me he dado el tiempo para abrir las ventanas y los   senderos para salir de las casas y para andar por las calles de barro o por
 balcones de aquellos años y he dejado entrar la luz en los rincones de mi   los trozos de carreteras que articulaban el pueblo. Hacíamos nuestros viajes
 propia biografía. He elegido los que guardan la huella del Santuario y de la   calzando zapatillas calientes enfundadas en madreñas que se quedaban
 imagen de la Virgen del Camino. Quien los lea podrá construir un apunte   pequeñas de un año para otro. Los soportales del Santuario paralelos
 con el interior de la iglesia y otro con el exterior y, de alguna manera, lo   a  la  carretera  principal  estaban  cerca  de  casa  y,  llegar  allí  significaba
 que significó en el periodo de tiempo al que me refiero, aquel Santuario y la   haber triunfado; estaban secos y podíamos jugar en ellos antes de volver
 transición al actual, para la vida de un pueblo y, más en concreto para los   a casa. El milagro se realizaba cada vez que, al salir del Santuario, en un
 que se hacían adultos en él.   lugar próximo a la pila del agua bendita, con la que hacíamos la señal de
        la cruz al entrar, los pies pequeños encontraban sin tropiezo sus madreñas.
 Vaya por delante pues, mi gratitud sentida y honda para Covi Carcedo y
 quienes, con ella, han liderado esta iniciativa.  Al entrar las habíamos dejado sin ningún orden especial y permanecíamos
        en zapatillas en el interior del templo; las madreñas eran como el perro fiel
        que espera y que distingue a su dueño entre muchos. Eran nuestras amigas,
        ellas se encargaban de cuidarnos asegurando que volveríamos a casa sin
 LA SEMILLA SEMBRADA
        humedad y así generábamos una relación de cuidado mutuo. Con el paso
 En aquellos primeros años cincuenta, mis ojos se alegraban cada año con la   de los años, cambió el tipo de calzado amigo de la nieve y se transformó en
 luz sonriente en primavera, la estación que me acogió al nacer. En verano   botas katiuskas, altas, negras y brillantes, hasta que, a los 10 años, para ir al
 los cantos de las cigarras se unían al olor de la cosecha y a la escucha de las   colegio en la ciudad, mis pies calzaron zapatos de piel resistentes al agua y
 palabras que la recogida de los cereales y de las legumbres traían consigo.   a la nieve.
 Una experiencia de apropiación de lo que lenta e imperceptiblemente me
 introducía en el mundo de la vida. Algo parecido sucedía en el otoño con   Quizás hayan sido estos procesos de belleza y riesgo, uno de los puntos de
        apoyo que me han posibilitado recorrer sola, no ya caminos de nieve sino


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