Page 342 - Virgen del Camino

Virgen y unos edificios amplios y sólidos para albergar un colegio apostólico
donde se formaran niños que pudieran llegar a ser frailes dominicos si,
pasado el tiempo conveniente así lo solicitaban. Además del Colegio, la
Fundación incluyó edificios para la comunidad de los Padres, una Casa de
espiritualidad, una granja, un cementerio y la construcción de una aulas
para complementar las escuelas del pueblo, con el estatuto de Escuelas
parroquiales, que al parecer existía de un tiempo anterior, pero no se había
utilizado. A todo ello se añadió la construcción de una iglesia en el lugar de
la ermita donde la tradición sitúa la aparición de la Virgen al pastor Alvar. La
iglesia se hizo con materiales residuales de la construcción del Santuario y
con la finalidad de ser sede de la parroquia. En aquel momento, una buena
parte del pueblo vivió esto como una humillación: el santuario se quedaba
para uso de peregrinos y visitantes de la ciudad y la población local tenía
que bautizarse, casarse y enterrarse sin hacerlo en presencia de la imagen
de la Virgen. Con el paso del tiempo estos extremos se han suavizado y hoy
conviven en paz los dos templos. O mejor, la comunidad parroquial dispone
de dos lugares para las celebraciones y el culto habitual.
La construcción de la iglesia tuvo dos tiempos. En el primero, el proyecto
parecía precisar mucha piedra tallada pues requería no el trabajo de muchos
hombres picando piedra traída de lejos. Aquellos trabajos no duraron mucho
tiempo, pero el suficiente para que el escenario de juegos infantiles en el
pueblo se renovara por completo. La variedad de tamaño y de formas de las
piedras nos permitía soñar e idear movimientos y viajes, inaccesibles entonces
por otros medios. El ruido de tallar las piedras lo oíamos en las escuelas, pero
pronto lo incorporamos como una música que, al cesar, nos daba la señal,
como si de Cenicienta se tratara, de que las piedras se habían convertido en
un campo de juegos.
Mientras, los edificios de la Fundación iban adelante y en 1957 estuvieron
preparados para albergar el traslado de la imagen de la Virgen y, con ella,
toda la actividad del Santuario a lo que se llamó la “Capilla provisional”,
una nave con acceso externo y con grandes ventanales de cristal al otro
lado que daban a la espléndida piscina del complejo. Un lujo para los niños
de aquel tiempo, que la contemplábamos como inaccesible. Con todo,
recuerdo de ese traslado una cara muy positiva. Teníamos acceso al salón
de actos, nuevo, grande, con buena iluminación y caliente en invierno. Lo
usábamos para la catequesis y también para hacer algunas obras de teatro.
De las representadas por los jóvenes del pueblo, recuerdo La vida es sueño
y varias de Casona. También disfrutamos de una pequeña biblioteca con
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libros que, algunos dejaron huella en mí; entre ellos varios del P. Raymond
Flanagan OCSO. He agradecido en muchas ocasiones haber leído en esa
etapa tan temprana de mi vida La familia que alcanzó a Cristo, que es la
historia de San Bernardo y la vinculación de su familia a la Orden del Cister.
Fue mi primer contacto con la historia de la Iglesia y con la fuerza de una
vocación vivida con pasión.
Los artífices de las novedades que se nos ofrecieron a los niños en esos
años fueron tres dominicos jóvenes: Vicente Bravo, que ejercía como
párroco, Eduardo Ruiz y Jaime Lebrato. Visitaban las escuelas, organizaban
excursiones, caminatas a los pueblos del municipio, deportes, campeonatos
de juegos de mesa como el monopolio, los palillos, el parchís, etc. Y lo que
fue más importante: nos enseñaron a rezar, y a usar los libros la pequeña
biblioteca, ya mencionada. Nos cuidaban y nos querían.
Y, mientras los más pequeños del lugar disfrutábamos con todas esas
novedades, también nos admirábamos, ¿sorprendíamos? con lo que se iba
haciendo en los terrenos del Santuario. Observábamos la colocación de
unas piedras que no eran aquellas en cuyo paisaje habíamos jugado tantas
veces. Lo más sorprendente que nos dejaba atónitos, a veces un poco
asustados, eran aquellas columnas irregulares de bronce, “son los apóstoles”,
nos decían. Pero no nos fiábamos mucho porque no alcanzábamos a ver
sus rostros a menos que alguien mayor nos tomara en brazos. ¡Y qué feos
nos parecían! Si a eso le añadíamos que el señor que los hacía nos parecía
bajito, las cábalas para imaginar cómo podría modelar sus cabezas, daban
para apuestas de unos cuantos cromos.
Pero, Subirats como le llamaban, era un hombre joven y amable que se
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entretenía con nosotros contándonos lo que significaban algunos elementos
del bronce de cada imagen: la llave en San Pedro y la cruz al revés, las
manos en posición de bendecir y las conchas en su cuerpo en el caso de
Santiago el Mayor, el libro en las manos de Mateo, y así hasta los doce con
la llama de fuego del Espíritu Santo por encima y, en el caso del escéptico
Tomás, asegurándose con la mirada que también él tenía una llama. Lo de
1 He de decir que, pasados los años, creo que fue en 2013, coincidí con D. Jordi Bonet
Armengol, uno de los arquitectos de la segunda etapa de la Sagrada Familia de Barcelona,
en un acto celebrativo de los cincuenta años del Movimiento Scout Católico en España, del
que había sido primer presidente. En el saludo, al escuchar mi nombre, me dijo: “Al ver el
Santuario de su pueblo, supe quién sería el escultor que hiciera los trabajos de la Sagrada Fa-
milia”. Y en efecto, así ha sido, puede reconocerse fácilmente la común autoría de la obra
de bronce de ambos templos.
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