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González por Celango; Juan González y Agustín Fernández por Llueves; Francisco del
        Dago García y José de Soto Sánchez por la Villa de Cangas de Onís.

        La licencia para el culto fue concedida por el Obispo de Oviedo el 29 de mayo de 1750
        puesto que ya «está fabricada, fenecida, decente y hornamentada de todo lo necesario,
        de modo que se pueda celebrar en ella». También comenta «que se fabrica en territorio
        propio, en sitio y paraje apacible y a propósito común de todos».


        Lo único que sabemos de esa primera capilla es que en ella existía un hermoso retablo
        obra de Juan de Berbeo, escultor afincado en Oviedo y al que se le pagaron dos mil
        reales por su hechura en 1760, y que fue dorado por Antonio Fernández por orden del
        párroco don Sebastián Álvarez de las Asturias de Nava, según consta en el inventario
        de los bienes de dicho señor. En su forma primigenia debió ser de factura muy sencilla,
        pues el escritor cangués afincado en Buenos Aires, Antonio Bascristóbal, la menciona
        como «capillina con un minúsculo campanario de un solo hueco y esquila». Tenía un
        pórtico con columnas toscanas orientadas hacia el Oeste, es decir, miraba hacia el barrio
        de Cangas de Arriba, donde entonces se encontraba el núcleo poblacional y la iglesia
        parroquial de Santa María del Mercado. Su cabecera y retablo miraba al Este, limitando
        con la riega de “Ricao”.


        De esta primitiva edificación solo queda la imagen de San Antonio, de factura más bien
        tosca y popular que se la supone fue realizada a finales del siglo XVI o comienzos del
        XVII, respondiendo a los modelos de la época. El Santo aparece con el hábito de frailes
        menores sosteniendo en su mano izquierda, como doctor, el libro de la orden y sobre él
        la imagen del Niño Jesús, éste de factura más moderna. En su mano derecha lleva una
        vara de plata en forma de azucena haciéndonos referencia a la pureza del santo.

        Con el pasar de los años no se hicieron en ella grandes reparaciones y poco a poco fue
        venida a menos. Según Bascristóbal, a finales del siglo XIX la capilla se encontraba al
        borde de la ruina «cubierta de yedra y maleza», por lo que fue necesaria una urgente
        restauración. Con fecha 20 de mayo de 1889 el señor cura párroco, Victoriano Lamadrid
        Pérez, solicitó licencia para realizar en ella las obras necesarias  y ofreció 310 pesetas
        como contribución parroquial. A lo que habrían de sumarse lo que dieran el resto de los
        feligreses y el Ayuntamiento. Es aquí cuando surge la figura Federico Ortín López, bene-
        factor que se hizo cargo del coste total de la obra.


        El Ayuntamiento autorizó el derribo de la vieja capilla el 5 de julio de 1900 y sacó a su-
        basta el nuevo proyecto, admitiendo propuestas hasta el día 20 del mismo mes, teniendo
        los concursantes que depositar una fianza de 345 pesetas. La obra fue adjudicada a
        Bonifacio Garro por 11.575 pesetas, contratista cangués de reconocido prestigio pues
        suyas fueron obras como las del Ayuntamiento de Infiesto, el puente sobre el Sella para
        llegar a Villanueva, algunos trabajos en la basílica de Covadonga, bajo la dirección de
        Federico Aparici, la casa del matrimonio Sánchez-Garro en “La Baragaña” (Cangas de



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